El premio Nobel de Ecología de este año ha ido a parar a Jesús León Santos, un mexicano de 42 años. Entre las hazañas que le han hecho ganar este honrado premio se encuentran los 25 años de excepcional trabajo en la reforestación de la región de Oaxaca Méjico, en la que lleva trabajando desde que tenía 18 años. Consiguió convertir campos yermos y polvorientos, desprovistos de arboleda, sin agua y sin frutos en zonas de cultivo y arboladas. Todo ello gracias a unas técnicas agrícolas precolombinas aprendidas gracias a unos indígenas.
Casi todos los jóvenes emigraban para nunca regresar, huyendo de semejantes páramos y de esa vida tan dura. Con otros comuneros del lugar, Jesús León se fijó el objetivo de reverdecer los campos.
¿Cómo llevar el proyecto a cabo?
Haciendo revivir una herramienta indígena también olvidada: el tequio, trabajo comunitario no remunerado.
Reunió a 400 familias de 12 municipios quienes le ayudaron para crear el Centro de Desarrollo Integral Campesino de la Mixteca (Cedicam). Así con recursos limitadísimos de cada familia, se consiguió impulsar un programa de reforestación sin precedentes, lanzándose a la gran batalla contra la principal culpable del deterioro: la erosión.
En esa región Mixteca existen más de 50.000 hectáreas que han perdido unos cinco metros de altura de suelo desde el siglo XVI. La cría intensiva de cabras, el sobre pastoreo y la industria de producción de cal que estableció la Colonia, deterioraron la zona. El uso del arado de hierro y la tala intensiva de árboles para la construcción de los imponentes templos dominicos contribuyeron definitivamente a la desertificación. Jesús León y sus amigos a pico y pala cavaron zanjas-trincheras para retener el agua de las escasas lluvias, sembraron árboles en pequeños viveros, trajeron abono y plantaron barreras vivas para impedir la huida de la tierra fértil. Todo eso favoreció la recarga del acuífero. Luego, en un esfuerzo titánico, plantaron alrededor de cuatro millones de árboles de especies nativas, aclimatadas al calor y sobrias en la absorción de agua.
Después se fijaron la meta de conseguir, para las comunidades indígenas y campesinas, la soberanía alimentaria. Desarrollaron un sistema de agricultura sostenible y orgánica, sin uso de pesticidas, gracias al rescate y conservación de las semillas nativas del maíz, cereal originario de esta región.
Sembrando sobre todo una variedad muy propia de la zona, el cajete, que es de las más resistentes a la sequía. Se planta entre febrero y marzo, que es allí la época mas seca del año, con muy poca humedad en el suelo, pero cuando llegan las lluvias crece rápidamente. Al cabo de un cuarto de siglo, el milagro se ha producido. Hoy la Mixteca está restaurada. Ha vuelto a reverdecer. Han surgido manantiales con más agua.
Hay árboles y alimentos. Y la gente ya no emigra. Actualmente, Jesús León y sus amigos luchan contra los transgénicos, y siembran unos 200.000 árboles anuales. Cada día hacen retroceder la línea de la desertificación. Con la madera de los árboles se ha podido rescatar una actividad artesanal que estaba desapareciendo: la elaboración, en talleres familiares, de yugos de madera y utensilios de uso corriente. Además, se han enterrado en lugares estratégicos cisternas de ferrocemento, de más de 10.000 litros de capacidad, que también recogen el agua de lluvia para el riego de invernaderos familiares orgánicos.
El ejemplo de Jesús León es ahora imitado por varias comunidades vecinas, que también han creado viveros comunitarios y organizan temporalmente plantaciones masivas.
En un mundo donde las noticias con frecuencia son negativas o deprimentes, esta historia ejemplar merece trascender.
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