Del libro: Enamorarse de nuevo – Enrique Mariscal –
Cuentan que una hija se quejaba a su padre por los infortunios de su inexperta vida; no sabía qué ni cómo hacer para seguir adelante.
Estaba cansada de luchar en vano; cuando solucionaba un problema, ahí nomás parecía otro.
Su padre era cocinero y hombre de pocas palabras. Una mañana, después de escuchar los lamentos reiterados de su hija, llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego. Hirvieron con rapidez.
En una de ellas colocó zanahorias; en otra, huevos, y en la última, granos de café.
La muchacha se preguntaba por las intenciones de su padre, que no alcanzaba a comprender.
A los veinte minutos, el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un pote; luego hizo lo mismo con los huevos y, por último, coló el café y lo puso en otro recipiente. Luego preguntó:
-¿Qué ves?
-Zanahorias, huevos y café –fue la respuesta inmediata.
El cocinero pidió a su hija que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y observó que estaban blandas. Luego le dijo que tomara un huevo y lo rompiera; al quebrar la cáscara se dio cuenta de que estaba duro. Después le pidió que probara el café y, al gustarlo, disfrutó de su rico aroma.
La joven preguntó:
-¿Qué significa todo esto?
Él entonces explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: el agua hirviendo. Sin embargo, los tres habían respondido de manera totalmente diferente.
La zanahoria cedió dureza por blandura; el huevo cambió fragilidad por firmeza; solamente los granos de café lograron trasformar el color y el sabor del agua.
El cocinero agregó:
-Dime, querida, cuando la adversidad golpea a tu puerta, ¿cómo le respondes? ¿Eres zanahoria, huevo o un grano de café?
¡Cuántas personas que se jactan de su dureza desfallecen ante la primera contrariedad! Otras, en cambio inesperadamente, pareciendo débiles, se fortalecen en los conflictos; muy pocos, en cambio, son capaces de superar las causas del dolor con una reacción positiva, inesperada, armónica, para bien de todos.
En vez de maldecir la temperatura del agua, podríamos investigar la calidad de nuestra respuesta.
El aroma del buen café impregna, es inconfundible, neto, siempre bien recibido.
Si uno viaja con una bolsita de café recién molido en un ómnibus lleno de gente, su perfume incontrolable despierta la simpatía de todos y evoca en los pasajeros buenos momentos vividos o deseados.
Si lees este texto y percibes el olor del buen café, seguramente te estás enamorando de nuevo. Y quien vive con amor exhibe generosamente al mundo un diálogo profundo con las aguas de la emoción en todas sus temperaturas y movimientos.
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